RESEÑA: EL HOMBRE QUE AMABA A AMY WINEHOUSE - JULIO BARRIGA

El próximo viernes, a las 20:00 hrs., en la FIL Santa Cruz, se presentan las crónicas escritas por el poeta chuquisaqueño, bajo el sello de la Editorial El Cuervo. Curiosamente, también en estos días, el escritor Sebastián Antezana cuestionó las cualidades literarias en la obra del vate afincado casi toda su vida en la ciudad de Tarija. Confesando no conocer a fondo dicha obra, Antezana lanzó esta pregunta/reto: Y entonces la pregunta, a propósito de tanta publicidad que veo ahora por aquí: ¿podría alguno de sus lectores explicarme, por favor, más allá del "me gusta porque me gusta", por qué les parece buen poeta o por qué les gusta Julio Barriga?

Con el ánimo de alimentar la hoguera de la polémica, en defensa de Barriga, les comparto mi reseña -casi hagiográfica- de El hombre que amaba a Amy Winehouse.



JULIO BARRIGA: BODY AND SOUL

Mijail Miranda Zapata

“Acabo de concluir la lectura fanática/frenética del primer libro en prosa de Julio Barriga y he quedado encandilado/ensombrecido ante él. El hombre que amaba a Amy Winehouse -¿cuánto más sufrible/soportable sería el mundo si todos la amáramos?- es un libro del que no puedes prescindir si eres de esos amantes retorcidos/re-torcedores de la literatura (¿boliviana?). Changos, este “viejoven de sin cuenta años”, este “llokalla prematuramente envejecido por la desilusión y la disolución”, es algo así como un padre/bastardo, pero padre al fin. Gracias Julio y Barriga y Cabezas. Y claro, ¡gracias Fernando!”

Esa fue la primera reacción que tuve al concluir el último libro publicado por la joven y combativa editorial boliviana El Cuervo, el primero en prosa del bardo nacido en San Lucas, Chuquisaca. Lo hace para demostrar que “un poeta no es sólo un imbécil que no sabe expresarse en prosa” -dice- citando a Oscar Wilde, o Groucho Marx, o a él mismo, como bien apunta su editor, en la semblanza que ocupa las primeras -e imprescindibles- páginas de este volumen.

En el momento en el que me encargaron este texto, me pregunté si estaba a la altura de la encomienda. Me respondí en seguida. No creo que las cuestiones literarias estén supeditadas al odioso sistema métrico. En otras palabras, el tamaño no importa. Y parafraseando al Barriga que abre sus memorias (“arriesgo que en este libro hay años de vida y hectolitros de bebida”), arriesgo que en estas líneas hay años de supina ignorancia y decalitros de bebida y otras sustancias difícilmente mesurables. Y si, no me importa.

Body and soul, es una popular canción de jazz -compuesta por el neoyorquino Johnny Green, con letras de Edward Heyman, Robert Sour y Frank Eyton- interpretada en 2011 por Tonny Bennet y Amy Winehouse. En la primera estrofa reza: My heart is sad and lonely/for you I sigh, for you dear only/Why haven't you seen it/I'm all for you, body and soul. Y no puedo dejar de pensar en Julio, en Julius. En esa tristeza que pareciera festejar la vida de alguna misteriosa forma, en esa soledad recalcitrante y funesta, en esa exhalación desinteresada al vacío, en ese gesto expiratorio hacia la nada, ese estertor que se repite y repite mientras nunca llega la hora. Entretanto, en El hombre que amaba a Amy…, Barriga parece susurrarse, susurrarnos al oído: soy todo tuyo.

¿Por qué no pudimos ver antes a Barriga? ¿Por qué ahora andamos encandilados con él, evitándole aún la mirada? No hay forma de responder. Quizás, entre las páginas de esta “biografía imaginaria de una fantasma real”, como se pensaba titular originalmente esta selección de relatos, alguno pueda encontrar los vestigios del cuerpo y alma de un poeta que, decía Humberto Quino, “después de escribir cada poema (…) se siente más vacío, ha perdido un fragmento de su misterio, ha puesto en evidencia su esencia demoniaca, su arte del mal vivir”. Quizás no y él siga siendo, nada más, un espectro seductor.

Pero el intento del poeta por reconstruirse está latente, más allá de nosotros, impresionables lectores. Una voluntad nacida inconscientemente, como instinto de supervivencia tal vez. Porque, aclara Fernando Barrientos en una entrevista, tuvo que ser el editor el que dotó de cierto orden al conjunto autobiográfico. Pero ahí está Barriga, desde su universo caótico y libertario, en el intento por contener los pocos fragmentos que le quedan, por evitar la disgregación final, desenterrándose, juntado sus pedazos más roídos, reconstruyendo piezas imposibles, erigiendo un Frankenstein que no se sabe bien si es más un diario, un libro de crónicas, relatos de ficción, divagaciones y ensayos varios, o, más fácil (¿difícil?), todo eso junto.

El hombre que amaba a Amy Winehouse es un anfibio/híbrido/amorfo que demuestra las dotes del chuquisaqueño como narrador, ensayista, cronista, agitador -divagante y apasionante, reflexivo e incómodo-. Dividido en cinco capítulos, el libro es la cosecha de un esfuerzo común, en él participaron tanto el editor y otros nombres como Juan Terranova, Maximiliano Barrientos y Marco Montellano, que reúne textos que van desde las grandes revelaciones de la vida en la temprana infancia, hasta la búsqueda religiosa de una redención -que ofrezca consuelo y esperanza- en la poética figura de Winehouse; pasando por travesías proletarias hacia el norte argentino, pataiperreadas poéticas por la hoyada paceña, reuniones pop(éticas) en la capital boliviana o resacas punks en Cochabamba.

“Basura o apuntes para una arqueología del mañana”, se rotula en alguno de los textos. Y es eso. Barriga escarba en su propia basura y rescata cosas que podrían servirle a alguien, a él mismo: trozos intactos de erudición, huesos de vicios carcomidos, cristales rotos con sus promesas intactas, retratos de gente sin rostros, papeles con números telefónicos y restos de caca, algunos pocos dólares hechos chuño, billetes de alasitas enmarcados, flores robadas a muertos idiotas.

No sé qué más decir, salvo que los que buscan en Julius vestigios de malditismo yerran el camino. En El hombre que amaba a Amy… nadie se saca el cuerpo, no hay excentricidades verbales ni promesas de vacua oscuridad. Barriga es él nomás y aunque esté condenado a ser un rockstar de la literatura nacional, no todavía. Disfrutémoslo un poco más, intentemos mirarlo a los ojos sin agachar la mirada.

Pero todo esto es tiempo y espacio perdido. Me contradigo. Tratar de entender/explicar a Barriga –el que conozco, el de ese incendiario poema en prosa “El fuego está cortado”, contenido en la antología Fosa común (1985), el de ese nebuloso e indiscreto Cuaderno de sombra de 2004, el de ese premonitorio y fatal texto dedicado a la mujer de la casa del vino-, es un juego perdido. Love is a losing game. Pero hay que atreverse a jugar.


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