BITÁCORA: FICCIONES, SILENCIOS, INSTANTES MUERTOS


Foto: Enrique Metinides

Caminamos por el Prado. Entonces vemos un tumulto de gente, yo me finjo interesado, dispuesto a intervenir, a hacer algo, a romper el tedio. Pero no es nada. Nada para nosotros, nada para las decenas de personas que pasan como si nada sucediera. Nada. Un indigente desmayado al borde de la acera, inconsciente, delirante, unos cuantos curiosos alrededor de él y las dos personas que tratan de levantarlo y reubicarlo. Nada.

Entonces le hablo de un cuento de Rodrigo Hasbún, en el que un grupo de artistas hace performances en las que uno de ellos finge un ataque, un desmayo, una muerte súbita, mientras los otros registran lo que sucede en torno al caído. Le hablo de que consiguen identificar patrones en la conducta de la gente y su respuesta a la repentina desgracia ajena, que individualizan a cada uno de los personajes que nacen en el momento mismo en el que un desconocido y su vida se desvanecen. Eso le digo y ella parece prestarme atención, o no, no lo sé. 

Continúo el relato del cuento diciendo que cada uno de esos personajes esboza un defecto o una cualidad que anida en cada uno de nosotros, que sorprende la capacidad de Hasbún para distinguir rasgos tan diversos y antagónicos y reunirlos en un solo espacio, mínimo, incómodo, improvisado, extremo: un microcosmos a punto de estallar. 

Pero ya no sé si lo digo o lo balbuceo o simplemente lo pienso, en silencio. Porque me cuesta hablar, porque soy muy inseguro y siento que ella no me oye, que ella se aleja, que perdemos sintonía.

Esta madrugada leí ese mismo cuento y no tiene nada de lo que dije aquella noche. O sí, pero no de esa forma. Están el grupo de artistas, las performances, pero son secundarios. El cuento trata de afectos quebrados, de distancias insalvables, de cosas que se callan, de cosas que se callan y desaparecen, de cosas que se callan y desaparecen aún cuando parecían esenciales. Pero se calla y así, el cuento, va de incertidumbres, de desenlaces tan impredecibles como irremediables. De silencios insondables, también trata. O eso pienso, en silencio.

Pero ya no importa. Lo que importa es la ficción que hice de una ficción, en un gesto involuntario, inesperado, en un momento cualquiera. La continuación de una narración, iniciada hace un par de años, con la lectura aleatoria de un cuento, que se cierra, de momento, en una extraña y tibia noche paceña. No la obra maestra, redonda, culminada, clausurada, sino el relato que se completa en y desde el lector.

Algo me hace pensar que así debería ser la literatura siempre. O así sería, si de mí dependiera.

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