INFO: COCHA Y SU BIENAL DE ARTE URBANO 2017
La Bienal de Arte Urbano 2017 la rompió. Durante más de una semana artistas capísimos, nacionales e internacionales, pintaron las paredes de Cocha con gráficas y estilos de todo tipo. Murales más grandes, diversos y en más calles, hicieron que en esta edición, la BAU cobré gran protagonismo en nuestra ciudad.
Este crecimiento, quizás, se deba a la alianza de la Bienal con la OLA URBANA, haciendo posible la circulación de grafiteros entre Santa Cruz, Cochabamba y, próximamente, La Paz. Se juntaron los eventos más grandes de arte urbano en la Bolivie, con mucha buena onda y solidaridad, se nota, y los resultados están siendo asombrosos.
Mucho de lo que sucedió en esos días pude contarlo a través del periódico Opinión. Pero, como ya nadie compra periódicos, mejor re posteo por acá alguna info e historias pintudísimas, más videitos, más fotos, más un mapa para que hagas un súper recorrido siguiendo el rastro del bau bau.
La Bienal de Arte Urbano, que se celebra en Cochabamba desde 2011, este año tiene la particularidad de formar parte del movimiento nacional, que articula a las ciudades del eje troncal.
“La idea este año fue aliarnos entre tres ciudades. No hay una organización que centralice todo, cada una ha mantenido su identidad, pero nos hemos juntado para que los artistas extranjeros y también los nacionales puedan circular y pintar en varios lugares”, explica Magda Rossi, coordinadora de ambos eventos.
Foto:Dino Garzoni
Muchos de estos grafiteros arribaron al país con sus propios recursos y atraídos por la riqueza cultural del país. “Lastimosamente con nuestros propios fondos no podemos cubrir los pasajes de nuestros invitados por completo. Eso es muy rescatable de su parte, porque muchos viajan con sus propios recursos, poniendo de su parte para poder venir”, subrayó Rossi.
Además, destacó que no solo es el interés por el contexto y la cultura boliviana la que atrae a los grafiteros de otras latitudes, sino también “todo lo que representa el proyecto mARTadero, están interesados en formar parte de él”.
Este espacio cultural comenzó con la BAU en 2011 y desde entonces se ha ido extendiendo por toda la ciudad, desde la periferia hacia el centro. En aquella gestión, según Rossi, solo se pintaron dos calles. “Ahora nos hemos expandido hacia el casco viejo y hacemos obras de mayor tamaño e impacto”.
La coordinadora del BAU acotó que en los primeros años los muralistas trabajaban en paredes muy pequeñas, porque los vecinos no conocían ni entendían muy bien la propuesta social y artística.
En cambio, ahora, afirma que “cuando vamos a pedir permiso para pintar las paredes, los vecinos ya nos conocen y acceden con mucho gusto”. “Muchas veces incluso nos vienen a pedir que pintemos sus paredes, cuando ven a los artistas, vienen a consultarnos para que también puedan intervenir sus paredes”, relató Rossi. “Ha tenido un impacto positivo, tenemos buenos resultados y la gente está contenta”.
Rossi también resaltó que “este año, por primera vez, tenemos el auspicio de Sinteplast, con su línea Montana, que son los aerosoles más importantes que hay en el mundo de los grafiteros” y contó que ese auspicio se consiguió para las tres ciudades en las que se desarrolla Ola Urbana. “Es importante para nosotros porque siempre hemos pedido auspicios, pero es la primera vez que una empresa se está comprometiendo con el evento”.
Genaro Paniagua admite que su primera reacción fue el enfado. El lunes, apenas llegó a la esquina en la que instala su puesto de zapatería, se encontró con el muro, que día a día suele estar a sus espaldas, con un retrato gigante de él.
“Primero deberían pedir permiso”, dice ya con un enojo disimulado, porque las felicitaciones que recibe minuto a minuto, de vecinos y amigos, notoriamente lo llenan de orgullo.
Ese es el efecto que produce la Bienal de Arte Urbano (BAU) desde hace seis años: un diálogo entre la ciudad, sus habitantes y personajes, con los artistas, haciendo de un simple recorrido por la ciudad, un ejercicio de reflexión social y sentimiento de comunidad.
“Genarín”, como lo llaman algunos de sus vecinos, lleva ocupando la esquina de la Tarapacá y plaza Gerónimo de Osorio desde hace 29 años. El reciente domingo, día en el que suele descansar, el artista paceño Leonel “El Art” Jurado, en el marco de la BAU 2017, lo retrató en un enorme mural de ocho metros por ocho.
“Lunes en la mañana veo y he renegado. La gente me estaba gozando. Ya que voy a hacer, me he calmado nomás ya”, relata entre risas. Poco antes, Genaro compartía esa misma sonrisa, con un grupo de amigos que le preguntaba por la pintura y bromeaba al respecto. Tan solo instantes después, atiende a un cliente que, mientras recoge un par de botas, lo felicita y alienta. Ya a solas, confiesa que ahora el muro le sirve también como propaganda.
Leonel, autor de la pintada, pertenece al colectivo Cementerio de Elefantes y al mencionarlo aclara que eligieron ese nombre aludiendo a los tugurios en los que indigentes acuden a beber alcohol hasta morir. “Nuestra propuesta se resume en pintar y hacer arte para el pueblo hasta la muerte”, explica.
Ese pueblo, según detalla Jurado, es el de la “gente de oficio, que vive y trabaja en las calles”. Tal como sucede con Genaro, que trabajó ya a sus 14 años y “desde los 16, bien trabajado, ya ocupando este espacio”, el cual ya lo ha hecho parte de su paisaje.
“Es difícil ver esta esquina sin pensar en él”, dice un transeúnte que se toma unos minutos para contemplar la obra artística, antes de seguir con su apresurado trajín laboral.
El artista menciona una característica esencial que lo decidió a pintar a Genaro: su oficio va contramano de la lógica consumista del mundo. “Lo que él hace es darle una segunda posibilidad de uso a un objeto que usamos en el cotidiano y que podría ser rápidamente desechado”.
“Como colectivo hacemos arte y política. Estamos luchando contra ese tipo de publicidades que te enseñan a botar todo lo que consumes”, asegura “El Art”.
Sobre su participación en el evento mural más grande de la ciudad, asegura que conocer a artistas de otras latitudes, el BAU cuenta con invitados de Chile, Perú, Colombia, además de grafiteros de otras ciudades bolivianas, permite conversar con otras propuestas y saber que, a pesar de las diferencias, “pensamos casi de la misma manera”. “La idea es transformar con el arte, hacer arte consciente”, sentencia.
En apenas un par de minutos decenas de personas se han detenido y han girado la cabeza para ver el mural que pinta, como parte de la Bienal de Arte Urbano 2017, en la calle Bolívar casi San Martín. Su nombre es Abraham Velasco Flores, aunque suele firmar como Oveja 213, tiene 23 años, y maneja el aerosol con tal naturalidad y calma que por momentos, al verlo trabajar, da la impresión de que simplemente toma el sol, contemplando su propia obra. Cuesta creer que en menos de una semana haya terminado el enorme mural que tiene frente a él y en el que ahora simplemente afina algunos detalles.
“No sé cómo comencé. No lo recuerdo. Quizás fue que vi algo en la calle y dije yo también puedo hacer algo así”, cuenta Abraham, “nacido y crecido en Cochabamba”, sobre sus inicios, que se remontan a sus 16 o 17 años. Lo dice con el desparpajo de haberse entregado al oficio artístico como quien aprende a caminar o hablar, reconociendo el grafiti casi como un impulso vital,
“Comencé haciendo pinturas ilegales con mi nombre, como casi siempre sucede, con toda esa adrenalina que te produce romper las reglas”, dice, aunque luego confiesa que hace mucho que ya no vive esas emociones y que optó por la tranquilidad de hacer su arte con autorización y con más calma.
“Es un proceso (de aprendizaje), vas evolucionando, la técnica, la gráfica que manejas, hasta encontrar tu propio estilo”, cuenta sobre el camino que lo condujo a ser el artista que es hoy.
“No hay una escuela que te diga cómo es o cómo se debe hacer. Pero hay gente que tiene sus trucos, para usar el aerosol y otros elementos. Así vas aprendiendo. Es una práctica constante”, asegura.
Actualmente, Abraham conforma, junto a su colega Puriskiri, el colectivo de arte urbano KSR (Kocha Se Raya), que durante los últimos años ha intervenido muchos espacios en la ciudad, como él dice, dándole un respiro “de la propaganda política y la publicidad que te dice qué comprar o qué hacer”.
“El grafiti siempre va a ser rebelde, porque aunque dé un mensaje o no, se apropia del espacio público, es un contraataque a la propaganda, a la publicidad. Tapar un anuncio, pintar un grafiti es restarle fuerza al mercado”, sentencia.
Este crecimiento, quizás, se deba a la alianza de la Bienal con la OLA URBANA, haciendo posible la circulación de grafiteros entre Santa Cruz, Cochabamba y, próximamente, La Paz. Se juntaron los eventos más grandes de arte urbano en la Bolivie, con mucha buena onda y solidaridad, se nota, y los resultados están siendo asombrosos.
Mucho de lo que sucedió en esos días pude contarlo a través del periódico Opinión. Pero, como ya nadie compra periódicos, mejor re posteo por acá alguna info e historias pintudísimas, más videitos, más fotos, más un mapa para que hagas un súper recorrido siguiendo el rastro del bau bau.
La Bienal de Arte Urbano, que se celebra en Cochabamba desde 2011, este año tiene la particularidad de formar parte del movimiento nacional, que articula a las ciudades del eje troncal.
“La idea este año fue aliarnos entre tres ciudades. No hay una organización que centralice todo, cada una ha mantenido su identidad, pero nos hemos juntado para que los artistas extranjeros y también los nacionales puedan circular y pintar en varios lugares”, explica Magda Rossi, coordinadora de ambos eventos.
Foto:Dino Garzoni
Muchos de estos grafiteros arribaron al país con sus propios recursos y atraídos por la riqueza cultural del país. “Lastimosamente con nuestros propios fondos no podemos cubrir los pasajes de nuestros invitados por completo. Eso es muy rescatable de su parte, porque muchos viajan con sus propios recursos, poniendo de su parte para poder venir”, subrayó Rossi.
Además, destacó que no solo es el interés por el contexto y la cultura boliviana la que atrae a los grafiteros de otras latitudes, sino también “todo lo que representa el proyecto mARTadero, están interesados en formar parte de él”.
Este espacio cultural comenzó con la BAU en 2011 y desde entonces se ha ido extendiendo por toda la ciudad, desde la periferia hacia el centro. En aquella gestión, según Rossi, solo se pintaron dos calles. “Ahora nos hemos expandido hacia el casco viejo y hacemos obras de mayor tamaño e impacto”.
La coordinadora del BAU acotó que en los primeros años los muralistas trabajaban en paredes muy pequeñas, porque los vecinos no conocían ni entendían muy bien la propuesta social y artística.
En cambio, ahora, afirma que “cuando vamos a pedir permiso para pintar las paredes, los vecinos ya nos conocen y acceden con mucho gusto”. “Muchas veces incluso nos vienen a pedir que pintemos sus paredes, cuando ven a los artistas, vienen a consultarnos para que también puedan intervenir sus paredes”, relató Rossi. “Ha tenido un impacto positivo, tenemos buenos resultados y la gente está contenta”.
Rossi también resaltó que “este año, por primera vez, tenemos el auspicio de Sinteplast, con su línea Montana, que son los aerosoles más importantes que hay en el mundo de los grafiteros” y contó que ese auspicio se consiguió para las tres ciudades en las que se desarrolla Ola Urbana. “Es importante para nosotros porque siempre hemos pedido auspicios, pero es la primera vez que una empresa se está comprometiendo con el evento”.
Arte Consciente
Genaro Paniagua admite que su primera reacción fue el enfado. El lunes, apenas llegó a la esquina en la que instala su puesto de zapatería, se encontró con el muro, que día a día suele estar a sus espaldas, con un retrato gigante de él.
“Primero deberían pedir permiso”, dice ya con un enojo disimulado, porque las felicitaciones que recibe minuto a minuto, de vecinos y amigos, notoriamente lo llenan de orgullo.
Ese es el efecto que produce la Bienal de Arte Urbano (BAU) desde hace seis años: un diálogo entre la ciudad, sus habitantes y personajes, con los artistas, haciendo de un simple recorrido por la ciudad, un ejercicio de reflexión social y sentimiento de comunidad.
“Genarín”, como lo llaman algunos de sus vecinos, lleva ocupando la esquina de la Tarapacá y plaza Gerónimo de Osorio desde hace 29 años. El reciente domingo, día en el que suele descansar, el artista paceño Leonel “El Art” Jurado, en el marco de la BAU 2017, lo retrató en un enorme mural de ocho metros por ocho.
“Lunes en la mañana veo y he renegado. La gente me estaba gozando. Ya que voy a hacer, me he calmado nomás ya”, relata entre risas. Poco antes, Genaro compartía esa misma sonrisa, con un grupo de amigos que le preguntaba por la pintura y bromeaba al respecto. Tan solo instantes después, atiende a un cliente que, mientras recoge un par de botas, lo felicita y alienta. Ya a solas, confiesa que ahora el muro le sirve también como propaganda.
Leonel, autor de la pintada, pertenece al colectivo Cementerio de Elefantes y al mencionarlo aclara que eligieron ese nombre aludiendo a los tugurios en los que indigentes acuden a beber alcohol hasta morir. “Nuestra propuesta se resume en pintar y hacer arte para el pueblo hasta la muerte”, explica.
Ese pueblo, según detalla Jurado, es el de la “gente de oficio, que vive y trabaja en las calles”. Tal como sucede con Genaro, que trabajó ya a sus 14 años y “desde los 16, bien trabajado, ya ocupando este espacio”, el cual ya lo ha hecho parte de su paisaje.
“Es difícil ver esta esquina sin pensar en él”, dice un transeúnte que se toma unos minutos para contemplar la obra artística, antes de seguir con su apresurado trajín laboral.
El artista menciona una característica esencial que lo decidió a pintar a Genaro: su oficio va contramano de la lógica consumista del mundo. “Lo que él hace es darle una segunda posibilidad de uso a un objeto que usamos en el cotidiano y que podría ser rápidamente desechado”.
“Como colectivo hacemos arte y política. Estamos luchando contra ese tipo de publicidades que te enseñan a botar todo lo que consumes”, asegura “El Art”.
Sobre su participación en el evento mural más grande de la ciudad, asegura que conocer a artistas de otras latitudes, el BAU cuenta con invitados de Chile, Perú, Colombia, además de grafiteros de otras ciudades bolivianas, permite conversar con otras propuestas y saber que, a pesar de las diferencias, “pensamos casi de la misma manera”. “La idea es transformar con el arte, hacer arte consciente”, sentencia.
El grafiti contraataca: arte versus publicidad
En apenas un par de minutos decenas de personas se han detenido y han girado la cabeza para ver el mural que pinta, como parte de la Bienal de Arte Urbano 2017, en la calle Bolívar casi San Martín. Su nombre es Abraham Velasco Flores, aunque suele firmar como Oveja 213, tiene 23 años, y maneja el aerosol con tal naturalidad y calma que por momentos, al verlo trabajar, da la impresión de que simplemente toma el sol, contemplando su propia obra. Cuesta creer que en menos de una semana haya terminado el enorme mural que tiene frente a él y en el que ahora simplemente afina algunos detalles.
“No sé cómo comencé. No lo recuerdo. Quizás fue que vi algo en la calle y dije yo también puedo hacer algo así”, cuenta Abraham, “nacido y crecido en Cochabamba”, sobre sus inicios, que se remontan a sus 16 o 17 años. Lo dice con el desparpajo de haberse entregado al oficio artístico como quien aprende a caminar o hablar, reconociendo el grafiti casi como un impulso vital,
“Comencé haciendo pinturas ilegales con mi nombre, como casi siempre sucede, con toda esa adrenalina que te produce romper las reglas”, dice, aunque luego confiesa que hace mucho que ya no vive esas emociones y que optó por la tranquilidad de hacer su arte con autorización y con más calma.
“Es un proceso (de aprendizaje), vas evolucionando, la técnica, la gráfica que manejas, hasta encontrar tu propio estilo”, cuenta sobre el camino que lo condujo a ser el artista que es hoy.
“No hay una escuela que te diga cómo es o cómo se debe hacer. Pero hay gente que tiene sus trucos, para usar el aerosol y otros elementos. Así vas aprendiendo. Es una práctica constante”, asegura.
Actualmente, Abraham conforma, junto a su colega Puriskiri, el colectivo de arte urbano KSR (Kocha Se Raya), que durante los últimos años ha intervenido muchos espacios en la ciudad, como él dice, dándole un respiro “de la propaganda política y la publicidad que te dice qué comprar o qué hacer”.
“El grafiti siempre va a ser rebelde, porque aunque dé un mensaje o no, se apropia del espacio público, es un contraataque a la propaganda, a la publicidad. Tapar un anuncio, pintar un grafiti es restarle fuerza al mercado”, sentencia.
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