CRÓNICA: ROSAURA RODRÍGUEZ, ESCULPIENDO SUEÑOS EN LAS CALLES

Nota: Una versión editada de este reportaje fue publicada en el periódico digital La Pública y puede leerse aquí.

Mijail Miranda Zapata

Corte y confección, secretariado ejecutivo, danza, bellas artes, diseño gráfico, son algunas de las etiquetas con las que podríamos catalogar las habilidades y estudios de Rosaura Rodríguez. Ella nació en La Paz, provincia Murillo, pero pasó en Cochabamba casi toda su vida. Hace algunos años que ya atravesó el umbral de los 30 años, pero aún conserva un resplandor jovial, casi adolescente, que sólo se nubla cuando toca hablar de dinero o su familia. Al conversar, se afana en contar anécdotas, mostrar fotografías, detallar su “Ridiculum Vitae” –como le gusta decir y repetir. Pero, ante todo, Rosaura se considera escultora y eso es lo que hace día a día -en el trabajo que escogió hace más de 10 años e inició por cuenta propia-, esculpir sus sueños.

El trabajo de Rosaura consiste en elaborar dibujos, cuadros, maquetas, a veces esculturas, por encargo. No tiene tienda, oficina o algo parecido. Trabaja en la calle, sentada en un banquillo plegable, encorvada y sobre sus muslos; sin ningún confort, pura habilidad. Sus principales clientes son estudiantes de colegio o universidad. Comenzó hace poco más de 10 años, casi por accidente.

“Estaba en segundo año de la Escuela de Bellas Artes. Un día no tenía nada, ni para comer. Me puse a vagar sin rumbo y llegué a la plaza Corazonistas. Me senté, muy triste. Entonces, vi que había jóvenes y alguna gente mayor dibujando. Gire un poco y a mis espaldas estaba uno de mis compañeros”. Los dibujantes ambulantes tienen varios años en las calles cochabambinas y han logrado conformar un grupo cerrado, regentado por los miembros más antiguos. Lo que hacía el amigo de Rosaura era “jalar” clientes. Es decir, moverse a escondidas y pescar algún encargo rechazado o cliente despistado. “Él estaba apurado y me pidió que concluyera unos bodegones que le faltaban, me dijo que podía cobrar 10 bs”. Ese fue el primer dibujo por el que Rosaura cobraba y confiesa que la felicidad la invadió. Al menos ese día tenía con qué llevarse algo a la boca.



Doble cruz: Mujer Joven
Pero aquel no había sido el primer “trabajo” de Rosaura. Tiempo antes, luego de culminar la carrera de Secretariado Ejecutivo y hacer su pasantía, trabajó en una compañía telefónica local. “En esos ambientes laborales existe acoso de los jefes o los mismos compañeros. Por suerte, no viví ninguna mala experiencia, pero ese entorno no era lo que quería. Lo mío es el arte y me rebelé. Me rebelé y estudié Bellas Artes. Mis papás no querían, no me apoyaron; ni un centavo”. Así comenzaron los periplos de Rosaura en el mundo del arte, los dibujos y maquetas para estudiantes.

Lastimosamente, ser joven y mujer, también fueron motivos de abuso y violencia en su nuevo emprendimiento. “Llegué en 2002 y me hicieron la vida imposible. Siempre fui la única mujer. Nunca sufrí violencia sexual o física, pero no me dejaban agarrar trabajos, me mandaban a guardar sus sillas, me tenían de ayudante. Me quitaban a los clientes, si llegaba alguno y me tocaba atenderlo, igual se lo llevaban. Estuve en esa situación durante 5 años, incluso me retiraron. Había un viejito que se creía el dueño de la zona”.

“La zona” son los alrededores del Hospital Viedma. Antes de que se edificara el nuevo bloque del Hospital Materno Infantil (cuya continuidad se encuentra en observación, incluso se habla de su demolición), existía una plazuela donde los dibujantes estaban asentados. Ahora se reubicaron en puertas del antiguo Hospital Germán Urquidi. Pero, Rosaura no. Ella fue obligada a irse más hacia la esquina, un lugar sin sol y menos concurrido. A pesar de esas imposiciones, consiguió instalarse de mejor forma que sus “colegas”.

Hace algunas semanas logró levantar su propio anaquel, un diseño sencillo que le costó casi 3000 bs. En su interior, oscuro y frío, se mezclan libros, pinturas, colores y láminas escolares. Por fuera, presume elegantes detalles pintados que nacieron de la creatividad de la dueña. “Según la alcaldía cualquier puesto como este debe tener cierta estética, pero eso es muy caro, así que decidí pintar y darle este aspecto”, cuenta sonriendo. Segundos después, con seriedad y enfado, afirma que además de la envidia de los otros dibujantes, debe lidiar con “pastilleras” y “comideras”, que la cuestionan y amenazan constantemente. Rosaura aclara que no vende nada, sólo su trabajo, y que no entiende tanta maldad. “Es duro estar en la calle”, sentencia con la voz quebrada.



El arte no paga

“En la calle”, así pasan los días de esta artista plástica, reconocida oficialmente en el registro del Ministerio de Culturas y que en su trayectoria acumula decenas de exposiciones conjuntas en distintos salones de la ciudad. Es más, en 2014 participó del Premio Nacional Eduardo Abaroa, en la categoría Escultura, con una obra en la que invirtió casi 300$. Un costo muy alto, considerando las reducidas ganancias de su oficio y que Rosaura cubre todos los gastos en su hogar. Su padre falleció hace un par de años, su madre tiene paralizada la mitad derecha de su cuerpo; de sus hermanos prefiere no hablar, andan extraviados, según dice.

“Esto me ayuda para sustentarme en lo básico. No es mucha la ganancia. Desde que llegué a este trabajo, nunca hemos cambiado el precio, lo mantenemos desde hace más de 10 años. La gente, aunque tú quieras subir el precio, no lo acepta. Prefiere irse o buscar otras opciones”. Rosaura cobra en promedio 10 bs. por dibujo, el máximo es de 20 bs., en trabajos que demandan mayor detalle. Esos son sus “ingresos fijos”. A veces, con suerte, vende alguno de los cuadros en sus exposiciones. Pero nunca con un saldo superior a los 100$.

Con esos márgenes, la salud no entra en el perfil de “lo básico”. “No me tengo que enfermar. Está prohibido. Cuando enfermé de los riñones, mi enamorado me prestó dinero. Las consultas, los análisis y medicamentos, son caros y los artistas no tenemos seguro ni nada parecido. No podemos enfermar, hay que aguantar nomás”. Rosaura se refiere a las complicaciones que tuvo en su salud por no tomar agua y aguantar la micción, ambos por no tener a quién dejar sus herramientas de trabajo. “El arte no paga, pero con el anaquel al menos esas cosas van a mejorar”, afirma esperanzada.



Soñadora

Rosaura además es una apasionada de la danza. La define como su pasión. Es también una válvula de escape a una vida de sacrificios y batallas. “Cuando bailas, subes al escenario y desaparece todo, sólo importa ese instante”, nos cuenta mientras pasa una a una las fotografías de sus presentaciones. En ellas, hay muchos de los diseños que creó usando telas de trajes que compra de la ropa americana de segunda mano. Tiene como 14 o 15 disfraces confeccionados, en especial de motivos hindúes. Aunque podría venderlos a las “fanáticas de ese género danzístico”, como ella dice, Rosaura prefiere no hacerlo. “Los hago con tanto cariño y esfuerzo, que quiero tenerlos sólo para mí”, confiesa.

Por otro lado, en el último tiempo se le metió la idea de incursionar en la repostería. “Quiero innovar, hacer cosas más artísticas. He estado haciendo algunas pruebas y tengo resultados buenos. Quiero estudiar en una escuela nocturna. Sólo se paga 25 bs por la matrícula”. Su propósito es hacer creaciones únicas, que puedan ser apreciadas también como arte y así abrirse campo en el saturado mercado de la gastronomía.

Pero su prioridad no es el negocio. “Voy a ahorrar lo que gane, para comprar materiales para mis obras. Sin plata no se puede trabajar y lo mío es la escultura”, sentencia, como reafirmándose en sus principios. Y aunque repite constantemente que la falta de recursos la perjudica, ella no ceja en la lucha por sus creaciones y le entrega su vida al arte.

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