RESEÑA: PRINCESAS - CLAUDIA EID #FITAZ2016
Anoche en el FITAZ 2016 se presentó la obra Princesas, del elenco cochabambino Masticadero Teatro, dirigida por Claudia Eíd.
Al parecer las aguas se dividieron, una vez más, y en las redes sociales circularon comentario tanto negativos como favorables. Personalmente, me adscribo a los segundos.
Princesas se presentará por última vez dentro el festival esta noche, en el Museo Nacional de Arte. Pueden encontrar los detalles del evento aquí:
Acá mi reseña. Ya sea para que se animen a ir o, de haberla visto, discutir la performance.
Princesas a través del espejo
Ante todo, cabe mencionar, Princesas es un experimento dramatúrgico. Sin contar con un texto dramático en términos formales, su núcleo narrativo está constituido de anécdotas e improvisación. Es así que toda la arquitectura teatral presentada por Eid es sostenida por la gran capacidad actoral de su elenco.
En términos generales, este despliegue interpretativo es más que solvente. Aunque, dadas las peculiares condiciones de la puesta en escena, el conjunto evidencia cierto desequilibrio protagónico, destacando por sobre el resto Álvaro Eid, de potente presencia escénica -complementando una espectacular sesión de transformismo, al vivo-, y Lía “Tika” Michel, con un humor ácido e ingenioso. No obstante, esta asimetría no representa un inconveniente, ni resulta incómodo de cara al espectador.
Otro punto destacable en Princesas, es la cuidada disposición escenográfica y el uso de cada uno de sus elementos, consiguiendo que ninguno sea un simple recurso ornamental. Alfombra roja con un altar en uno de los extremos, delimitada a los laterales por marcos de madera rectangulares que, además de "enmarcar" la visión del público, se pretenden espejos, físicamente inexistentes, pero simbólicamente indiscutibles.
Porque se trata de eso, de reflejarnos, de intentar vernos y, finalmente, atravesar el espejo: actuar. Un poco como la Alicia de Carroll. Princesas es un artefacto lúdico que explora los límites entre lo real y lo absurdo, una postura crítica que cuestiona esa ambigüedad en la que todos parecemos concebir los discursos de género, un relato amorfo que intenta narrar el ser mujer en una sociedad profundamente machista, tensionando al extremo la cotidianidad, sus imposiciones e imposibilidades, sus excesos y corsés.
Blanca Nieves, Cenicienta, Ariel, Pocahontas son las princesas que, una a una, brindan sus testimonios de vida, sometidas al paredón interrogatorio de las demás. Entretanto, se oyen textos de George Bataille, Jessica Freudenthal y la misma Claudia Eid, entremezclados con los reclamos, placeres y convicciones de las actrices, ya no de sus personajes. El paso de la ficción a la realidad es continuo e indefinible.
Lastimosamente, esta riqueza conceptual, destilada a lo largo de la puesta, es opacada a momentos por una retórica fácil, poco autocrítica y por demás solemne, casi un feminismo de panfleto. Defecto que se desprende a borbotones, sobre todo en los tramos que se valen de la improvisación. Debilidad comprensible considerando, bajo la lupa de este mismo trabajo, lo dificultoso que resulta desprenderse de preconceptos y prejuicios, vengan de donde vengan.
Al parecer las aguas se dividieron, una vez más, y en las redes sociales circularon comentario tanto negativos como favorables. Personalmente, me adscribo a los segundos.
Princesas se presentará por última vez dentro el festival esta noche, en el Museo Nacional de Arte. Pueden encontrar los detalles del evento aquí:
Acá mi reseña. Ya sea para que se animen a ir o, de haberla visto, discutir la performance.
Princesas a través del espejo
Bajo la dirección y dramaturgia de Claudia Eid (Santa Cruz, 1976), Lía Michel, Daniela Gabela, Isabel Fraile, Gabriela Melendres y Álvaro Eid se dan a la tarea de deconstruir las estereotípicas figuras femeninas popularizadas por el gigante de la animación infantil, Disney.
Ante todo, cabe mencionar, Princesas es un experimento dramatúrgico. Sin contar con un texto dramático en términos formales, su núcleo narrativo está constituido de anécdotas e improvisación. Es así que toda la arquitectura teatral presentada por Eid es sostenida por la gran capacidad actoral de su elenco.
En términos generales, este despliegue interpretativo es más que solvente. Aunque, dadas las peculiares condiciones de la puesta en escena, el conjunto evidencia cierto desequilibrio protagónico, destacando por sobre el resto Álvaro Eid, de potente presencia escénica -complementando una espectacular sesión de transformismo, al vivo-, y Lía “Tika” Michel, con un humor ácido e ingenioso. No obstante, esta asimetría no representa un inconveniente, ni resulta incómodo de cara al espectador.
Otro punto destacable en Princesas, es la cuidada disposición escenográfica y el uso de cada uno de sus elementos, consiguiendo que ninguno sea un simple recurso ornamental. Alfombra roja con un altar en uno de los extremos, delimitada a los laterales por marcos de madera rectangulares que, además de "enmarcar" la visión del público, se pretenden espejos, físicamente inexistentes, pero simbólicamente indiscutibles.
Porque se trata de eso, de reflejarnos, de intentar vernos y, finalmente, atravesar el espejo: actuar. Un poco como la Alicia de Carroll. Princesas es un artefacto lúdico que explora los límites entre lo real y lo absurdo, una postura crítica que cuestiona esa ambigüedad en la que todos parecemos concebir los discursos de género, un relato amorfo que intenta narrar el ser mujer en una sociedad profundamente machista, tensionando al extremo la cotidianidad, sus imposiciones e imposibilidades, sus excesos y corsés.
Blanca Nieves, Cenicienta, Ariel, Pocahontas son las princesas que, una a una, brindan sus testimonios de vida, sometidas al paredón interrogatorio de las demás. Entretanto, se oyen textos de George Bataille, Jessica Freudenthal y la misma Claudia Eid, entremezclados con los reclamos, placeres y convicciones de las actrices, ya no de sus personajes. El paso de la ficción a la realidad es continuo e indefinible.
Estos bloques narrativos son antecedidos por acciones performáticas que desafían los sentidos del auditorio. Por momentos se incita al morbo y la indignación, se baila, se seduce, se incomoda, se protesta y acusa, sin filtros. Se perfuma el ambiente con la fragancia dulce de manzanas -acaso prohibidas- estrelladas contra el piso. Con los minutos, con las acciones sucediéndose, el hedor se torna denso y rancio. Hay caricatura, hay humor, hay carisma, sí. Dulzura. Pero también hay algo en descomposición inundándolo todo descontroladamente. Del otro lado del espejo, ese artefacto que parece aislarnos de aquella solapada putrefacción -los feminicidios impunes, la violencia de género en todas sus formas y niveles, la doble moral institucionalizada-, también nos contaminamos: víctimas y victimarios.
Hay además, tras la ironía y la interpelación, una intensa reflexión respecto a la identidad, cómo la nombramos, concebimos y juzgamos. Entonces entran en juego Álvaro Eid y Bianca Shalow, su personaje. Es en este punto en el que Princesas alcanza su clímax y mayor mérito.
Hay además, tras la ironía y la interpelación, una intensa reflexión respecto a la identidad, cómo la nombramos, concebimos y juzgamos. Entonces entran en juego Álvaro Eid y Bianca Shalow, su personaje. Es en este punto en el que Princesas alcanza su clímax y mayor mérito.
Porque no se trata sólo de actuar desde la propia trinchera, con los ojos vendados, ignorando el entorno, al que es distinto. La hermosa y despampanante Bianca es una reina de las pasarelas. Una reproducción de los cánones de belleza que durante toda la obra parecen cuestionarse. Otra vez el ida y vuelta, los prejuicios reflejados sobre uno mismo, el miedo a atravesar el espejo y encontrarse con el otro, con uno mismo: víctima y victimario.
Lastimosamente, esta riqueza conceptual, destilada a lo largo de la puesta, es opacada a momentos por una retórica fácil, poco autocrítica y por demás solemne, casi un feminismo de panfleto. Defecto que se desprende a borbotones, sobre todo en los tramos que se valen de la improvisación. Debilidad comprensible considerando, bajo la lupa de este mismo trabajo, lo dificultoso que resulta desprenderse de preconceptos y prejuicios, vengan de donde vengan.
Este lapsus, por llamarlo de algún modo, resta naturalidad y fluidez al desarrollo de la obra, que, por lo demás, goza de una cadencia sumamente orgánica.
Princesas, entonces, aprovecha la perspicacia y el humor que caracterizan la trayectoria de Claudia Eid y, a la vez, se nutre de las experiencias y miradas personales de su reparto, ofreciendo al público no solo una grata experiencia teatral, sino un llamado urgente a la reflexión.
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Princesas, entonces, aprovecha la perspicacia y el humor que caracterizan la trayectoria de Claudia Eid y, a la vez, se nutre de las experiencias y miradas personales de su reparto, ofreciendo al público no solo una grata experiencia teatral, sino un llamado urgente a la reflexión.
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