RESEÑA: BOQUERÓN - TONCHY ANTEZANA


Boquerón, una tragedia de 35 bolivianos

Mijail Miranda Zapata

A estas alturas de la filmografía de Tonchy Antezana (Oruro, 1951), es un lugar común decir que no se puede esperar más, que ese es su estilo. Es también un cliché reconocer su esfuerzo y el mérito que representa en nuestro país tener una producción cinematográfica tan prolífica. Entonces, de su último estreno, Boquerón (2015), ¿qué es lo que podemos comentar?

Quizás lo más sencillo sea polemizar el encuentro del cineasta orureño con críticos, periodistas y público, que no comparten la idea, generalizada en su entorno, de que esta sea una película digna de aplaudir. Puede ser útil, del mismo modo, usar comentarios sueltos que se deslizan durante la proyección o a su conclusión: entre los más jóvenes, risas desaforadas en tramos que se suponían de alta carga emotiva; aburrimiento, al menos 4 personas abandonaron la sala a mitad del metraje; y desagrado, en aquellos que consideraron forzado y gratuito mostrar vísceras pudriéndose en primeros planos. También serviría citar a todos mis amigos, lástima que no sean divinas ni famosos, que no disfrutaron en lo mínimo de las más de dos horas que dura Boquerón. Pero ese es el camino fácil, sin argumentos, pura charlatanería.

Prefiero explicar, desde mi incómoda butaca de espectador, sin erudición ni pretensiones intelectuales, porqué fueron mala inversión los 35 Bs. que gasté para ver Boquerón

Aunque el registro fotográfico usado en las secuencias de apertura promete un buen tratamiento histórico y visual, el paso hacia las escenas iniciales nos devuelve a los viejos vicios de Antezana. El asesinato de un excombatiente de la Guerra del Chaco, su velorio y entierro, y el arribo de su nieto a estos eventos, marcan la pauta general: mala dirección actoral, deficiencias técnicas en la fotografía y el doblaje, diálogos y secuencias innecesarias. Casi un sello personal.

Imposible negar destellos de calidad que despuntan cada tanto: alguna buena interpretación (un soldado moribundo, hacia el final), la animación en la despedida a las tropas bolivianas (esa atmósfera onírica alimentada por las sombras de la muchedumbre y faroles refulgentes hacia el fondo), e incluso el ingenio a la hora de resolver algunas transiciones (especialmente al principio, luego se hacen redundantes y molestas), ante predecibles limitaciones de presupuesto.

Pero, en general, resulta inadmisible que su guión, supuestamente con 20 años de reposo, no tenga las más mínimas nociones dramatúrgicas y acabe siendo un pastiche de anécdotas y estereotipos, mal contadas, las primeras, mal tratados, los segundos. 

Sin estructura dramática, el largometraje de Antezana no es otra cosa que una sucesión de diálogos chatos, reflexiones naif y situaciones telenovelescas. Así, las emociones nunca despegan, los personajes jamás abandonan su condena de unidimensionalidad, el heroico Cnel. Marzana se limita a dar órdenes, su tropa se limita a obedecer y entre batallas se toman tiempo para fumar y contarse historias soporíferas. 

Esa cadencia cansina de la narración, contrasta ruidosamente con un montaje caótico, el abusivo uso del flashback y un desenfrenado afán por usar todos los filtros de color que (lastimosamente, en este caso) permite la post producción digital. Y es en ese terreno, además, en el que se busca impresionar al espectador.

Sin la fortaleza necesaria para sostenerse como narración o evocación histórica, el último trabajo de Antezana apela a los efectos especiales para conseguir alguna emoción en la platea. Un bombardeo por acá, un hombre en llamas por allá, unos chorros de sangre acullá; muy a lo Michael Bay, aunque de bajo presupuesto, claro. Paradójicamente, el realizador afirmó en varias entrevistas que su intención era una reconstrucción, en clave íntima, de las experiencias personales de los valerosos guerreros de Boquerón. No lo consigue, evidentemente, y éstos no son más que un pretexto para ganar un segmento de público siempre inclinado al patrioterismo y el “fervor cívico”.

Como apunte final, aunque la construcción sonora del filme, al igual que la fotografía (a veces omitiendo reglas básicas de composición), carece de rigor técnico, la banda sonora, compuesta por Huáscar Bolívar, merece una valoración aparte. Porque, si bien es mal aprovechada, es imposible negar su calidad y el disfrute que provoca más allá del filme.

La primera película boliviana de ficción dedicada a la Guerra del Chaco es un título muy largo y pesado, no creo que le quepa a Boquerón. Porque, considerando los antecedentes literarios -hablemos de “El Pozo” de Augusto Céspedes, Chaco de Luis Toro Ramallo, La punta de los 4 degollados de Roberto Leitón, o el más reciente Hablar con los perros de Wilmer Urrelo-, esta película no alcanza los créditos ni artísticos ni históricos. Habrá que esperar qué nos depara el tiempo, quizás Chaco, ahora de Diego Mondaca, nos perfile otro panorama. 

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