BITÁCORA: ADICTOS - HOMENAJE A WALTER OLMOS


Dicen que el amor activa los mismos centros neurológicos de recompensa que la cocaína y que el desamor podría ser percibido por nuestro cuerpo con el mismo dolor físico que un síndrome de abstinencia. Una tortura, una violenta y continua búsqueda de alivio electrizando cada una de nuestras células. Imagino.

"Soy un adicto a ti" es el mayor hit que pegó Walter "El Negro" Olmos. Dicen de él que la novia lo volvía loco, que le cagó la vida, que ella lo quería ver muerto. Dicen que él era un tipo dulce y débil, que estaba viviendo muy rápido y que eso lo aterrorizaba.


Dicen que el día de su confusa muerte -"confusa", así la describieron las redacciones de crónica policial entonces- El Negro regalaba sonrisas y alegría, como siempre. Se preparaba para una de esas largas giras por la noche porteña, esas en las que miles pegaban sus cuerpos a puro sudor y se contoneaban bajo el embrujo de su aguardentosa voz.

Dicen también, las malas lenguas, las versiones no oficiales, que El Negro tenía los ojos vidriosos, ausentes, la sonrisa desencajada, el rostro y el cuello marcados por fieros rasguños.

Mi imaginación me dicta que tranquilamente todo eso puede ser cierto. Ambas versiones. Al fin, lo sabemos todos, esas son las caras del desconsuelo.


Las mismas malas lenguas de arriba, en medio de la desgracia, no se ahorraron adjetivos ni estacas para crucificar a la novia del Negro, una descomunal rubia llamada Vanesa. Esa a la que la cumbia rebautizó como Laura y que hasta el más gil recuerda gracias a Damas Gratis.

Vanesa, aka Laura, repitió hasta el cansancio que Walter era el amor de su vida. Se amaban, eso seguro. Aunque sea lo de menos. Porque mi imaginación también me obliga a pensar que hay vicios y dolores y amores que el cuerpo es incapaz de aguantar y que los del Negro pertenecían a esa categoría.

Dice su madre que Walter estaba cansado, que no podía más, que estaba convencido de su fugacidad, pero que igual le temía a la muerte, a terminar su vida trágicamente, como Rodrigo, El Potro, el mismo al que parecía estar destinado a suceder en el reinado del cuarteto cordobés.


Meses antes, cuatro, para ser exactos, El Negro, paseando por su natal Catamarca, se había salvado de morir en un choque con su 4x4. El Potro había perdido la vida así, en un accidente de tráfico, de esos absurdos. Al parecer a la muerte no le gustan las repeticiones.


un adicto
soy un adicto a ti
eres la dosis de amor
que llega a mi corazón
y que me ayuda a vivir


Así le cantaba El Negro a la dosis perfecta, esa que lo mantenía vivo, que lo mantiene vivo en nosotros. Pero las adicciones, en realidad, son todo lo contrario: la dosis disparatada, descontrolada, estúpida. Dosis bruta. Amor bruto.

El Negro era un adicto incurable, un enfermo terminal. O eso nos gusta imaginar, para perdernos en sus lamentos, "para ahogarnos en mujeres y alcohol" en su compañía. Hombres brutos de dosis brutas.



Compartían la habitación 22 de un triste hotelucho y él jugaba con una pistola calibre 22. Para la numerología, esa ridícula, todo muy sospechoso. Sin embargo, nadie sospechaba.

Dicen que antes de volarse la cabeza Walter apuntó a cada uno de sus acompañantes. Gatillaba el arma y sonreía y no pasaba nada. Hasta que la improvisada ruleta rusa le cedió el turno y decidió hacerlo ganador.

Uno de los testigos, de esos que vieron atónitos como una bala caprichosa perforaba un cráneo por la sien derecha, dice que antes del disparo, una sonrisa, después, apenas un suspiro.

Como quien presiente y recibe el alivio eterno que a veces el azar decide conceder. Imagino.

un adicto
soy un adicto a ti,
y ahora que ya no estás
que ya no te puedo amar
ay, yo prefiero morir.


El Negro Olmos murió, se mató, se salvó, se curó, un 8 de septiembre de 2002, en una habitación 22, con una calibre 22.



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