BITÁCORA: DE TRIPAS CORAZÓN (O LAS CASERAS QUE SE VAN)

Una foto publicada por Mijail K. Miranda (@mijail_mz) el

Entonces la busco, sin motivo, porque sé que ya no está. Siento que ya no está. Pero la busco y en su lugar encuentro un rostro que me mira fijo y sonríe, suplicante. Ya no la cara adusta, la mirada esquiva, la imposibilidad del amor. Una sonrisa amplia y unos ojos brillantes, otra imposibilidad. Uno de 10, por fa, le digo, bajando la cabeza. ¿Pura papa?, Me pregunta. Y no respondo, porque no entiendo.

¿Por qué se habrá ido? ¿Habrá pensado en mí? ¿Pensará ahora en mí? ¿Y en el chico de la gorra roja que solo viene los viernes? ¿Estará al fin descubriendo su sonrisa? ¿Amará a alguien?

Con mote, respondo, casi por obligación. Porque ella no sabe que quiero más mote que papa y que tiene que escoger las tripitas más tostaditas, que por eso vengo casi día por medio. Ella no sabe y no se lo voy a decir y nunca va a saber. Porque ella no es ella, la otra, la que se fue, la que había llegado a saberlo todo, en silencio, y te lo entregaba en un platillo de plástico cubierto en nylon. T-o-d-o.

Todo te daba, nada te pedía, nada te decía. Y así se ha ido, sin decir nada, diciendo.

Te aumentaré motecito, me dice y desnuda su derrota. Habla su desesperación. Bien adentro debe saber que ya no he de volver.

Sonrío decepcionado, sonríe decepcionada. Perdón, quisiera decirle, pero esa es la peor palabra para una última vez.

Pago y me voy. Gracias, escucho, ya de espaldas, dos pasos más allá.

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