CUENTO: LARGO
Al viejo barrio
El Largo era bien grande. El Largo era bien jodido. El Largo emputado daba miedo. Le sacaba la mierda a cualquiera. El Largo era cojudo. Pero no era mal tipo. Más bien, era buen chango. Todos lo respetábamos y nuestras mamás le tenían una compasión inmensa. El Largo siempre saludaba a todos moviendo sus ojitos perdidos y asustados. Siempre estaba borracho y sonreía tapándose la boca. El Largo tenía manchas verdes en los labios que daban vergüenza. ¿Qué sería? El Largo era tímido, su gorrita negra siempre le cubría hasta las cejas y si un mayor le hablaba apenas alzaba la cabecita. No hablaba, balbuceaba.
El Largo te podía matar a golpes.
El Largo era un niño. Un niño triste.
*
El Largo es bien cojudo, no es malo, pero es bien cojudo. Eso lo saben todos, por eso mismo lo justifican y defienden cuando se pone bruto como él solo. Es que al Largo no hay que joderle con preguntas ni cosas raras. A veces no entiende y directo te piña. Luego se pone triste y desaparece días.
El Largo es grande y por eso sufre. No se le conoce más familia que el Chavita, mi carnal. A él, es como si tampoco se le conociera familia, a pesar del Largo. Pobres changos. Los dos son bien tristes, pero no por miserables. Son tristes, por tristes, así de sencillo. A veces las viejitas les llevan sopita, les invitan cocacolita y entonces sonríen. El Largo vive y mantiene al Chavita de lo que los Destrucos roban para él. Por eso, en el barrio, si alguna vez algo desaparece, todos callan y olvidan.
La anterior semana al Rayco, que vive en mi casa, le tiraron dos garrafas y seiscientas lucas. Todos saben que al final los que cobran son el Lobo y el Largo. Sobre todo el Largo, porque el papá del Lobo es paco y el muy pendejo solo se hace al mero por mala leche. Así es el Lobo, malvado. Por eso nadie lo quiere. Excepto el Largo, que cuando está bien borracho siempre grita que el Lobo es su sangre. Algún misterio tienen, un pacto secreto que nadie más conoce.
El Lobo después del medio día agarra a los Destruquitos y los pone en filita. Y ahí nomás cagaron. Comienza a cobrar. Cuando está emputado, su ñatita siempre le hace el desplante, los agarra a patadas, les tira cabezazos contra la pared, les estruja las bolas. Al Chava no lo toca, obvio. El Largo después del despute y de cobrar se disculpa de todos, les dice cualquier huevada y les hace reír. Como una mamá después de una paliza. El Lobo, en cambio, es una mierda de soberbio y no está guachando que la tojpa ha crecido y a nadie le gusta que lo anden chocolateando todos los días. Además, el Chava le tiene un odio de otro mundo. Difícil saber por qué. Celos serán, a veces digo. El Largo no le da importancia y sigue nomás en su mambo con el Lobo. Esa fidelidad no es de nada, tendrán su historia, digo siempre.
*
Son, pues, sangre. Hermanados por y desde siempre: el Largo y el Lobo. Aunque todos dicen que ese cabrón se aprovecha del Larguito. La verdad nomás, también. Yo me he dado cuenta hablando con el Chavita.
Parece muerto, pero hay cosas que se guarda. Parece muerto, sí, pero sus ojos están incendiados, puro fuego. En su corazón algo debe estar ardiendo, como haciéndole un hueco en el alma. Por eso sus grafitis tienen un no sé qué que te jode. Sus grafitis son una cagada. El Micky, mi hermano, dice que el Chava es un artista. Mamadas, lo que pasa con el Chava es que está gritando auxilio como puede, sabe que cualquier rato todo se va a la mierda.
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El día que todo se fue a la mierda, sus viejos del Lobo estaban como locos. El Largo no sabía nada. El Chavita asustado se fue a esconder a la tienda del K’ewa, a tres casas de la mía. No tenía donde más refugiarse y nadie más iba a meterse en líos con el papá del Lobo por algo tan jodido.
Quería a su hermano al lado, tal vez como nunca antes y él no aparecía. Era de noche y nadie sabe cómo el Chava se había lanzado contra el Lobo y menos de dónde le habían crecido los huevos para arreglarle la cara.
El Largo no aparecía. Todos lo buscaban, de calladitos, como hormiguitas, pero el cojudo no aparecía. Negro, todo se veía negro.
Cuando mi mamá se enteró, lloró nomás. Sabía, pues, la vieja. El papá del Lobo no iba a parar hasta hacerle pagar al Chavita. El Lobo, además de cabrón, marulo. ¿Cómo pudo venderlo así al chango de su carnal?
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Uno nunca se explica cómo hay gente que llega al mundo para vivir como la mierda. Justo cuando el viejo del Lobo y unos pacos lo timbraban a golpes a su chango, él aparece doblando por la esquina de mi casa. El Largo. Cuando el Chava lo vio el mundo se puso en mute y stop. Esos ojos aguados y rabiosos yéndose del mundo son lo más desolador que he visto en mi puta vida. Maldecí a gritos a mi vieja por no dejarme salir y lloré como si algo se me rompiera dentro y no hubiera forma de repararlo.
El Largo corrió a zancadas largas y con un salto de película lanzó un planchazo tumbándose a los tres huevones. El papá del Lobo no podía pararse y se borró a las rastras. Otro de los tombos, el más gordo, se pegó contra la jardinera y se clavó un fierro, chillaba como chancho sin poder levantarse. Al otro, al que quería hacerse el putas, el Largo se lo despachó en un carajo y a puro puñete. El Lobo, invisible. Tiempo después supimos que para eso ya estaba camino de Tarija.
Fin de la historia.
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El Largo en La Grande no duró nada. Lo esperaban hartos para arreglar cuentas. A la segunda semana lo achuraron y los pacos lo dejaron morir nomás. O lo mataron. Quién sabe. Nunca nadie vio su cuerpo y menos se animaron a reclamarlo. Pero todos lo sufrieron. Algo se acababa. Con el Largo se iba toda una vida. Toda mi vida hasta él.
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Hace un mes me crucé con el Lobo. Está gordo y calvo, es otra persona. Como todos nosotros. Ya casi nadie recuerda a Los Destructores, ni al Lobo, menos al Largo o al Chavita. El tajo que le hizo mi carnal ni se nota. Haciéndome el gil me quedé viendo qué hacía. El Lobo pasó por la jardinera del K’ewa, yendo hacia su casa. Ahí doña Cliceña, la chichera del barrio, hizo armar, en memoria del Largo, un altarcito que todavía se mantiene. El Lobo ni voltea, ni agacha la mirada. Mal parido nomás.
*
En los malos tiempos el altar del Largo siempre estaba lleno de flores y velitas. Los últimos Destrucos ponían misas para el Largo y pedían en su nombre por todos los cuates de la Chirola. Pedían que a ellos no los encanen, también. Yo le pedía por el Chavita nomás, que, al final, era mi sangre y su sangre.
Una versión de este relato fue publicado por la Editorial Yerba Mala Cartonera en una selección con los ganadores del certamen de "Cuento Extraeditado" (libro que pueden descargar aquí).
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