RESEÑA: MORALES - KIKN TEATR (#FITCRUZ2015)

BOLIVIA, UN PROCESO DE CAMBIO

Mijail Miranda Zapata

“Morales”, así titula Diego Aramburo su último trabajo. Un juego de significados que plantea una forma de enfrentarse a la obra como tal. Los Morales, una familia boliviana cualquiera; Evo Morales, el primer presidente indígena de un país en esencia indio; distintas perspectiva y formas de interpretar la moral: morales. Ese es el reto que propone el director de Kkin Teatr a sus espectadores, abrir una caja de Pandora de la que se desprenden, tal como sucede en el mito, todas las tragedias y venturas que entraña nuestra historia. 

Planteando de entrada una restitución física de la cuarta pared abolida por Brecht, Aramburo deja claro que, si bien la obra se perfila como una reconstrucción histórica, todo lo mostrado no es más que una invención, un artilugio tentando reproducir los mecanismos que construyen la identidad de una nación. No obstante, hay una intención explícita por generar un ejercicio introspectivo, pero siempre bajo los filtros propuestos por el artista, en ningún momento se opta por la interpelación maniquea. Ese es el mayor mérito, tocar ámbitos ideológicos sin mancharse de politiquería en el intento. Desnudar, cuestionar y criticar las prácticas y los personajes que llenan las páginas de nuestra memoria colectiva desde una militancia intransigente con y para el arte. El teatro como arma y trinchera de una visión particular del mundo.

Tomando la premisa básica de la familia como núcleo de la sociedad se perfilan personajes que de tan atípicos se nos hacen fácilmente reconocibles: un enano sátiro, quejumbroso y alcohólico oficiando de padre; una hija siempre adolescente, obsesionada con su imagen, diestra, aunque de pequeña supo ser zurda; su novio, aindiado, inseguro, inexpresivo, indolente, ocasionalmente anhedónico; la joven mujer del servicio, llena de misterios e historias, en una constante búsqueda del conocimiento supremo. Todos ellos habitando un espacio de intimidad extremo que, paradójicamente, a pesar de la transparencia y fragilidad que lo limitan, es inaccesible al observador. Como reproduciendo las dinámicas de los realitys televisivos, las acciones transcurren en una zona aparentemente pública -en la que caben todas las miradas-, pero físicamente inalcanzable, porque todas las vacantes posibles están ocupadas a perpetuidad. El estado, su burocracia, la nación, sus identidades. El poder fáctico, el discursivo, el simbólico, el moral. Volviendo al título, las lecturas son incontables.

Los criterios estéticos que rigen la obra de Aramburo, desde hace algún tiempo, dejaron de ser recursos ocasionales y constituyen un estilo propio que ha ido renovándose y tomando fuerza en el último tramo de su trayectoria. Romeo y Julieta, Aeccesso, Blanca Nieves y esta última conforman un corpus único que tiene como principal característica la composición de un espacio escénico a partir de formas y paradigmas tomados de otras artes.

Dentro el contexto de una escenografía, que en su parquedad encuentra un fiel reflejo del folclore festivo nacional -caótico, grotesco, pero inevitable y sorpresivamente entrañable-, potentes imágenes se suceden en base a principios de composición del cine y la fotografía. Un montaje al vivo en el que la profundidad y el fuera de campo resultan esenciales. También de la cinematografía, rescata la construcción de una atmósfera sonora a partir de capas, en las que lo extradiegético sigue siendo una invitación a la reflexión y la recreación de la obra en el espectador. Estas cualidades, en las propuestas visual y sonora, engarzan perfectamente con los atributos performáticos que se desprenden de los personajes al presentarse o desarrollar sus acciones. Además, por si fuera poco, incluye la danza como un elemento constitutivo de la narrativa, haciendo del cuerpo, la presencia física de los actores, pieza fundamental del conjunto iconográfico e iconológico. Todo esto bajo el manto de una dramaturgia tentacular, aparentemente escueta, y de evidentes tintes confesionales.

Hay que decir que este es uno de los múltiples rostros que el teatro boliviano ofrece en los últimos años. Van quedando atrás, y acá no caben desmerecimientos, por supuesto, grandes nombres del teatro nacional. En el estreno de “Morales”, entre el público, se encontraba el reconocido crítico Willy Muñoz, que hace poco, bajo el auspicio del Gobierno Municipal de Cochabamba, publicó una importante antología de ensayos dedicados a la dramaturgia boliviana del siglo XX. Quizás sea momento de voltear la página y encarar con el mismo rigor la obra de la nueva generación dramaturgos locales. Hablamos de Diego Aramburo, Eduardo Calla, Freddy Chipana, Claudia Eid, Denisse Arancibia o Saúl Alí, entre muchos otros. Estamos seguros que así será. O al menos, eso es lo que deseamos.

Volviendo a la obra. ¿Que si habla del presidente Evo? ¿Que si aborda la actual situación del país? Por supuesto, se desnuda y/o desenmascara el verdadero proceso de cambio. El de ahora y siempre. Ese proceso de cambio que existió antes de Evo y seguirá después de él. La nación es un sempiterno proceso de cambio, que no nos engañen, que no nos confundan, que no se engañen, que no se confundan. 

¿Moraleja? La historia es una hembra de naturaleza ofídica y onanista. Una serpiente devorándose, envenenándose y complaciéndose a sí misma, ad infinitum.

Foto: Sofía Orihuela



Comentarios

  1. Estos puntos de vista sean, tal vez, para tomarlos en cuenta, ¿no es verdad?
    Morales’ y las postales negadas
    Ricardo Bajo H. / La Paz
    Morales” de Diego Aramburo (Kiknteatr Teatro) cae en los estereotipos que intenta negar. Un texto endeble, un elenco acelerado y sobreactuado, una nula dirección actoral y una puesta en escena simplona y arrítmica desembocan en efectismo puro (mal endémico). La carga (auto)crítica y “provocadora” se ahoga; pesa lo superficial y epidérmico; lo reaccionario y vulgar.

    Aramburo peca de “arguediano” (¿aún?): la historia de Jorge, que es la de toda nuestra historia, transmuta desde la casa grande a la casa del padre sordo, la “buena” familia y sus prestes. La reflexión metateatral toca otro lugar común: el teatrero-líder ególatra y soberbio.

    La Bolivia de Morales llega para decirnos que vivimos en un eterno proceso de cambio, en un fracaso y rechazo constante, en una autoestima enana, en una incapacidad para amar, en un silencio permanente y corrupto. ¿No han sido estas postales negadas ya superadas? De la Bolivia enferma, Aramburo nos lleva a la del “síndrome del miembro fantasma”: sentimos lo que ya no está. ¿Es “alternativo” decir mil veces la palabra “mierda” y “este país”? El falso transgresor se queda en el (anti)panfleto, en la moralidad paternalista y machista que supuestamente critica. Desde la ventana, la memoria sirve para olvidar(te) tanta “desnudez”.

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