RESEÑA: CÓMETE A TI MISMO - NICOLÁS MÉNDEZ

Dentro un mes, el próximo 25 de mayo, vence el plazo a la convocatoria 2015 del 2do Premio Equis de Novela (pueden encontrar las bases aquí). En la pasada edición el ganador fue el relato en clave de bildungsroman Cómete a ti mismo, escrito por el argentino Nicolás Méndez. A continuación mi reseña.

AUTOFAGIA E INDIGESTIÓN

Mijail Miranda Zapata

“Podemos sospechar que el autor los escribió para sí mismo y no supo que trazaba para los otros la imagen de un hombre solitario, lúcido y consciente del singular misterio de cada instante”. Así describía Borges, en el prólogo de Voces de Arturo Porchia, los poemas/aforismos del bardo ítaloargentino. Algo parecido podría decirse de Cómete a ti mismo de Nicolás Méndez, obra ganadora del Premio Equis de Novela Contemporánea, que convocó la editorial boliviana El Cuervo junto a las estadounidenses Specimens Magazine y Suburbano Ediciones.

Y es que Méndez, también baterista de la reconocida banda argentina Virus, fue quien confesó que el texto ganador llevaba casi 19 años reescribiéndose, corrigiéndose, circulando entre los amigos y la familia, generando adhesiones y rechazo. Un trabajo que, como sugerimos, quizás apuntaba a una búsqueda de sí mismo, a una necesidad por descifrar los mensajes que están del otro lado de la gestualidad, el azar y los códigos de lo cotidiano, más que a un propósito por construir un diario novelado. Gracias al Premio Equis, ahora los lectores también podemos disfrutar ese intento, íntimo y original, por deconstruir el día a día.

Adscrita al género diarístico, Cómete a ti mismo sigue un orden cronológico que se hace subversivo por su hermetismo, porque se niega a salir de sí mismo, por hacer del texto un bucle centrípeto, una implosión existencial. Es una construcción ecléctica, caótica, sin hondura ni raíces, confrontada a los órdenes establecidos y metastásicos. Una respuesta a tiempos en los que todo parecía darse por sentado y obvio, asumible y presumible. 

Con esa convicción, el relato no deja permearse por la “gran historia”. Porque, como decía Wittgenstein, los límites de nuestro lenguaje, son los límites de nuestro mundo. Es así que el narrador anónimo apenas habla de los mundiales de fútbol, las dictaduras militares o el salvaje neoliberalismo menemista, porque se enfrenta a ellos desde la indiferencia, con el profundo desprecio que va creciendo en su interior hacia el camaleónico poder fáctico que rige y  se impone a su alrededor. 

En Cómete a ti mismo, todo es registrado, analizado, cuestionado y reformulado únicamente desde el Yo. Es un acto de profundo egoísmo, sí; pero también es un grito rebelde, un manifiesto contra la homogenización del pensamiento, el placer y la memoria.

Bajo las mismas consignas hay, también, un “no lugar” que el personaje se obliga a habitar y que inevitablemente abandona de cuando en cuando, pero al que acaba regresando siempre. Es el centro de su universo. Es así que, para el resto del mundo, nuestro protagonista acaba convirtiéndose en un freak, un apátrida, un paria, un ermitaño siglo XX. Un muchacho que, sin estar escindido del exterior, no deja de distanciarse de él partiendo de pequeñas cosas: gestos mínimos pero descomunales, nimiedades que tienen el tamaño del mundo, de algún mundo, de su propio mundo. 

Cómete a ti mismo es una provocación directa al lector, un llamado a la introspección, a la autofagia, a la psicosis como sanación. Méndez, desde una perspectiva casi autobiográfica, erige a su protagonista como un profeta del desapego, la transgresión y el hastío: un tóxico, de esos imprescindibles.

Estructurada en tres fragmentos, que bien podrían funcionar individualmente como cuentos o nouvelles, el trabajo del argentino encuentra en sus últimas páginas la mayor riqueza literaria; llenas de aforismos y reflexiones incisivas y extravagantes, reveladoras y violentas, y con referentes tan disímiles como Lanza del Vasto o Dalmiro Sáenz. Son éstas el culmen de una minuciosa progresión emocional e intelectual.

Luego de una primera parte donde todo parece ser sorpresa e intuición y un segundo tramo donde las tensiones del protagonista con su entorno se hacen más ríspidas, aunque menos conscientes, es en el tercer cuerpo en el que la narración adquiere un cariz especial y rompe con la tradición de las bildungsroman, o, al menos, deja esa impresión. 

Porque no se trata de la fabulación de un proceso de aprendizaje y crecimiento. En realidad es todo lo contrario. En estas páginas encontramos un ser en constante confrontación con el desarrollo y la evolución natural del individuo, un decidido militante del “desaprendizaje”, la “desalienación” y el desapego, un terco cronista del Yo, el ahora y sus inagotables contradicciones y transformaciones.

Aunque pueden hallarse episodios en los que se pierde la naturalidad y la frescura que le reclaman el género y los rasgos en los que se enmarca, la novela ganadora del Premio Equis es una obra que seduce por la ductilidad en su lectura y que horroriza por la crudeza de sus entrelíneas. Es un libro al que uno debe acercarse con suspicacia porque, debe saberlo el que se anime a leerlo, en la primera experiencia caníbal, lo más probable es sufrir una indigestión.


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