RESEÑA: ROMEO Y JULIETA - KIKN TEATR

Este 29 de abril en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra se presenta de forma gratuita Romeo y Julieta, bajo la dirección del cochabambino Diego Aramburo. Pueden encontrar mayor información sobre esta función y la forma de adquirir tickets de ingreso en este link.

Mijail Miranda Zapata

Dice el estudioso Harold Bloom que Shakespeare es el principio de muchas cosas. Un arquetipo del que, con una minuciosa traducción de Aramburo, se logra extraer esencias para trasponerlas a nuestros tiempos y revestirlas de una estremecedora vigencia.

El trabajo de puesta en escena es el de un alquimista que tamiza partículas elementales, que las conjuga y disgrega para alcanzar ese “algo” primario. Y ese “algo” es una propuesta visual y sonora provocadora, que más allá de incómodos desperfectos técnicos, consigue generar una atmósfera singular.

Desde el inicio, el espectador es sumergido es una nueva dimensión en la que la confrontación es una pulsión vital. Hombres y mujeres se disponen en una mesa, frente a frente, en un banquete que parece servido en el mismísimo bar Korova de Kubrick. El blanco, la pureza, lo inunda todo, mancha y ensucia. La monocromía es agobiante y sensual. 

Son dos bandos irreconciliables los que se enfrentan, aunque nunca quedan claros los límites de pertenencia. Capuletos contra Montescos, hombres contra mujeres, naturaleza contra convenciones, jóvenes contra viejos, biología contra conciencia. Cada uno de los asistentes al festín se identifica, aleatoriamente, en un grupo distinto. Pero hay una trinchera omnipresente: la adolescencia. Búsquedas inútiles, excesos entretenidos, enemigos invisibles, placeres ocultos, amor y cicuta.

En el banquete el plato principal es Julieta, servida al dente y sazonada con drogas y emociones duras, crudas. Algunos la devoran, otras se asquean, otros tantos tratan de olerla, otras quisieran tocarla, algunas la evitan, unos pocos tratan de disfrutarla en cada mordida, con cada bocado. Con los minutos este ejercicio colectivo se hace introspección y un feedback trepidante se extiende en el aire. Se buscan cómplices, se acusa, se juzga, se flirtea, se aprueba. Son espejos, de reflejos distorsionados, amplificados, minimizados, pero reflejos al fin. Mientras, Romeo acaba con Julieta, o viceversa, o el mundo con ambos, aún ahora es difícil saberlo.

El trabajo de dirección es exigente. Los tiempos y las distancias parecen cronometrados de acuerdo a las respuestas del público; no se desperdician, no se improvisa, casi un mecanismo de relojería. Julieta se desplaza en posiciones incómodas, agotadoras, se ofrece desnuda y sin pudor a la lascivia y la desaprobación, mientras trata de responderse a sí misma por qué el sublime sentimiento hacia su Romeo parece estar destruyéndola, o por qué el director de la obra parece arrastrar su resistencia a extremos imposibles. 

Entonces los límites entre la actuación, el público, el espacio, la realidad, se desvanecen para preparar un cóctel sensitivo que termina por clavarse en la conciencia del observador. La memoria se impregna de miradas, voces, murmullos, gestos, formas, cuerpos, colores, canciones, y uno termina por preguntarse cómo sobrevivió a la adolescencia, a la primera esnifada, al primer amor.


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