RESEÑA: PIS - TEATRO GRITO (OFF FITCRUZ 2015)

OTRO BROADWAY ES POSIBLE

Mijail Miranda Zapata

Anota Santiago Gamboa en su diario de viaje “Octubre en Pekín”, a propósito de ciertos hábitos chinos mal vistos desde occidente, que quizás sean los niños desde su completo desconocimiento de las convenciones sociales, los seres más libres y sanos. Esta ignorancia innata propicia un rechazo total a ataduras contranaturales, ya sea en la vestimenta, el comer o el reconocimiento del propio cuerpo. “Pis”, obra del reconocido elenco paceño Teatro Grito, tiene tal vez las mismas connotaciones.

Una joven embarazada con alergia a los bebés, aguanta las ganas de orinar para que le realicen una ecografía. Aguarda en la fila junto a una mujer (aparentemente musulmana) de quince hijos y una enfermera tan neurótica como prepotente. Éstas últimas intentan vanamente convencer a la primera de que no orine. Ella en cambio, orina, estornuda, ríe y vuelve a orinar. Mearse encima es una válvula de escape, una protesta contra la violencia ejercida desde cualquier forma de institucionalidad, en este caso la burocracia médica. Una metáfora que, de tan enrevesada, resulta contundente. Un musical de Broadway a la medida boliviana es lo que nos ofrece Teatro Grito. Un retrato cabal, aunque caricaturesco, de la realidad, donde el absurdo, la ironía y la verosimilitud se conjugan en un coctel molotov exquisito.  Humor fino, inteligente y crítico. Demostrando que es posible hacer comedia lejos de los malos hábitos racistas, sexistas y localistas.

La propuesta visual no deja ningún detalle al azar. Tanto el personaje en el que se identifican los aparatos de la oficialidad (enfermera), como aquel en el que estos se sustentan (mujer de burqa blanco y amarillo, en un elegante detalle anticlerical), nunca dejan de ocultar su rostro tras un velo de anonimato -mezquino, cobarde e hipócrita-, que los hace irreconocibles. Quizás solo visibles en nosotros mismos. De la misma manera, la niña embarazada, que termina por parir una hija, se nos presenta en un bañador de dos piezas y salvavidas inflables en ambos brazos. Es la destinada a sobrevivir al gran diluvio, la encargada de refundar una quimera que a estas alturas parece perdida. Termina siendo una trinchera, desde un nuevo paradigma, de feminidad y juventud. Esperanza encarnada en instintos maternales, lejos de prejuicios e inhibiciones, sin cables a tierra ni aprehensiones teóricas.


Final feliz, con coreografía, sonrisas, abrazos y todo. Soñar no cuesta nada, canta Kevin Johanssen. Reír y mear tampoco. Otro Broadway, quise decir mundo, es posible.


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