RESEÑA: PELIGRO - EL ALTOTEATRO (#FITCRUZ2015)

QUE EL ARTE NO DEJE DE SER UN PELIGRO

Mijail Miranda Zapata

Freddy Chipana niño, cuenta la historia. Un día, sin más, descubrió que de grande quería ser actor, artista. Parafraseando al orureño Luis Bredow, Chipana, eligió para sí, un deporte de alto riesgo como profesión. Un peligro.

Pero también son un peligro las precarias condiciones laborales de miles de bolivianos. También son un peligro el nepotismo, la corrupción, el acoso, la explotación, la indiferencia, el poder. Peligro, una palabra que parece ser capaz de habitar diversos territorios siendo la misma y distintas. Depende de qué lado de sus fronteras te ubiques, depende que bandera te envuelva, depende, en fin, dónde tienes el corazón.

Freddy Chipana (texto y dirección), sirviéndose de la fragilidad del idioma, de la ambigüedad y dificultad para encontrar una sola definición a la palabra “peligro”, construye una narración escueta y fragmentada, pero no por esto menos poderosa. Ya lo decía Wittgenstein, los límites de nuestro lenguaje, son también los límites de nuestro mundo, y en el AltoTeatro parecen ser capaces de transgredir cualquier frontera.

Esa subversión del lenguaje, esa inconformidad con lo establecido, esa urgencia por transformar los términos que nos rigen, son parte de la misma rebeldía, de la misma necesidad por enfrentarse al destino trágico que parece signar, desde siempre, el destino de las mayorías. Pero que estás últimas líneas no nos confundan, el trabajo de los paceños, no es, en ningún caso, mero panfleto. La certeza de una convicción firme y honesta, queda en evidencia con la respuesta del público: entrega total, emoción y complicidad.

Chipana, consigue trasponer, desde su escritura -diáfana, hilarante y mordaz-, un halo de inteligencia y emotividad que se congracia en actuaciones igualmente transparentes y apasionadas. Destacan, sobre todo, sin desmerecer al conjunto, Verónica Paye, Carmen Tito y el propio director.

Este musical, curiosamente, es una puesta que se vale más de las imágenes y el texto para generar tensiones, reflexión y relato. Juegos de contrapunteo entre despliegues coreográficos colectivos y monólogos de gran intensidad poética, marcan el tempo de un montaje que no admite distracciones, que conquista, conmueve y alegra. La música, decíamos, es casi ornamental, pero, denota un esfuerzo por ofrecer un espectáculo de calidad que se agradece.

Sin embargo, esta no es una obra que reflexione únicamente sobre el trabajo, sus peligros, desventuras e injusticias. El proyecto es aún más ambicioso. Busca dilucidar los imaginarios que se tejen en la cotidianidad, en las calles, las oficinas, las fábricas y los hogares. Brinda, además, unas pinceladas del sujeto boliviano, no aquel que habita tratados sociológicos o antropológicos, sino ese que todos los días se enfrenta a un destino que no se decide entre la tragedia y la farsa y que, a fuerza de embates, festejos y revoluciones, nos ha hecho seres tan melancólicos como cínicos.

Intenta, por otro lado, desenmarañar el génesis de la obra artística, las contradicciones de su proceso, los impulsos que nos conducen a entregar una vida al arte, las cavilaciones que nos agobian en el proceso de formación, la necesidad, imposibilidad e inutilidad de alcanzar reconocimiento.


Sin impostaciones, sin poses ni ánimos pedagógicos, desde el AltoTeatro se lanza un grito, alegre y rabioso: otro mundo es posible. Cuando el arte cuestiona, interpela y propone, cuando es un peligro para el orden establecido, sí hay esperanza. Ojalá el arte nunca deje de ser un peligro. No queda más que decir: Hasta la victoria siempre, compañeros artistas… ¡y sin llorar, carajo!

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